En: Bunge, M., Elogio de la curiosidad, de Editorial Sudamericana, Buenos
Aires.
Mi amigo Osvaldo Reig publicó su primer trabajo
científico, que versaba sobre un roedor extinguido, a los dieciséis años de
edad, cuando aún cursaba el colegio secundario en Buenos Aires. Terminó
publicando más de doscientas memorias, solo o en colaboración, en el curso
de casi medio siglo. Lo notable de esta producción científica no es sólo
su volumen sino también su alta calidad reconocida internacionalmente, y el hecho que fuese realizada en seis
países distintos: la
Argentina , los EUA, Venezuela, Inglaterra,
Chile y España. Osvaldo trabajó casi siempre en circunstancias difíciles,
entre exoneraciones y exilios. Osvaldo fue un trabajador incansable desde su
adolescencia: en el campo, el laboratorio y el gabinete. Cuando no cazaba
fósiles, atrapaba murciélagos; cuando no disecaba reptiles, observaba
cromosomas de sapos; cuando no experimentaba con ratones, pensaba en cómo
enriquecer y refinar la teoría evolucionista; cuando no leía memorias
científicas, las escribía; cuando no enseñaba, discurría con
colegas; cuando no lidiaba
con burócratas o políticos, analizaba los conceptos de especie biológica o de
emergencia; cuando no viajaba a laboratorios o congresos, se hacía de tiempo
para escribir a amigos dispersos por todo el mundo; cuando no trabajaba,
cocinaba, escuchaba música o leía novelas. Minutos antes de morir, Osvaldo
trabajaba en dos proyectos: el plan de una investigación de campo y
laboratorio, que ahora realiza un equipo hispano-argentino, y un texto de
biología evolutiva. Pese a su
actividad frenética, ya que su trabajo era su único hobby, Osvaldo no era traga libros ni
apéndice de microscopio. Gozaba intensamente de la vida. Le gustaba comer y
conversar, pasear y nadar, así como leer (en castellano, catalán,
portugués, inglés, francés, alemán, italiano y ruso) y contemplar paisajes
y gentes, tanto como trabajar. Era un esposo y padre dedicado y cariñoso, un
amigo leal y un ciudadano apasionado
por el bien público. Todo lo hacía con pasión. Las rabietas y enemistades le duraban poco: era
demasiado generoso y estaba demasiado ocupado construyendo como para
cultivar agravios. Mientras cursaba el 3° año de la carrera de biología,
las autoridades de la
Universidad Nacional de La
Plata lo
expulsaron a causa de su militancia antiperonista. Se ganó la vida vendiendo
repuestos para automóviles. No obstante, siguió haciendo trabajo de campo y de laboratorio,
como adscrito honorario al famoso Museo Argentino de Ciencias Naturales,
fundado por Florentino Ameghino, y continuó publicando regularmente. En 1956
aparece su primer artículo en una revista internacional, Mammalia.
A partir de entonces, ya caído Perón, Osvaldo asciende
meteóricamente en la comunidad biológica internacional. Pero recién en 1958
obtiene su primer cargo con dedicación exclusiva, en el Instituto Miguel
Lillo de la
Universidad Nacional de
Tucumán. Dos años después es designado profesor en la
Universidad de
Buenos Aires, pese a carecer de doctorado. (Sólo conozco otros dos casos de este
tipo.) En una época de especialización excesiva, la variedad de los temas
de investigación que abordó Osvaldo en el curso de casi medio siglo asombra,
admira y gratifica. Hizo paleontología, citogenética, genética de poblaciones,
herpetología, sistemática, biofilosofía y mucho más. Estudió batracios,
reptiles, roedores, marsupiales, murciélagos y muchos otros grupos, tanto vivos como
fósiles, y siempre con la intención deponer en descubierto sus relaciones de
parentesco. Descubrió el primer fósil sudamericano de reptil volador, y
encontró que el número de cromosomas de especies muy emparentadas de
roedores puede variar tanto como de 16
a 54. Lejos
de ser un coleccionista de datos, Osvaldo trabajó a la luz de la teoría
sintética de la evolución y de una filosofía naturalista. Éstas le
permitían ubicar a todo bicho en un proceso histórico y lo impulsaban a buscar
nexos ocultos a simple vista. También le sugerían buscar los mecanismos
genéticos y ambientales de la evolución, así como reconocer la emergencia
de nuevas propiedades y pautas. Osvaldo trabajó intensa y felizmente, así como
con enorme éxito, en la
Universidad de
Buenos Aires desde 1960 hasta el golpe militar de 1966 1966. Este
acontecimiento lo sorprendió en Harvard, donde trabajó en el famoso Museum of
Comparative Zoology. Allí me presentó a dos grandes: George Gaylord Simpson,
eminente paleontólogo enamorado de la
Patagonia , y Ernst Mayr, uno de los
arquitectos de la teoría sintética
de la evolución y gran aficionado a la biofilosofía. Incapaz de hacerse
cómplice de la dictadura militar, Osvaldo renunció a su cátedra
porteña y pasó a la Universidad Central de Venezuela. Aquí organizó
inmediatamente un equipo de investigaciones en biología tropical. La
universidad no quiso retenerlo, con el pretexto que carecía de doctorado. Ya se
sabe que los diplomas valen más que los descubrimientos y la obra de
formación de investigadores jóvenes. También se sabe que un investigador
auténtico y carismático se rodea de jóvenes capaces y ambiciosos, y
hace sombra a quienes profesan o politiquean sin investigar. Osvaldo no
tuvo dificultad en ser invitado a la
Universidad de
Londres, donde al cabo de pocos meses lo nombraron doctor en ciencias.
Para entonces había subido en Chile el gobierno socialista de Salvador Allende. Osvaldo ofreció
inmediatamente sus servicios y fue contratado por la
Universidad Austral de
Chile, en Valdivia. Una vez más se puso a organizar un laboratorio. Cuando
ocurrió el golpe militar del general Pinochet, Osvaldo fue arrestado y preso en
la siniestra DIN. Le salvó la vida una intervención de la
Organización de
los Estados Americanos.
De Chile Osvaldo regresó a Buenos Aires. Al poco
tiempo, al endurecerse el régimen peronista, tuvo que volver a emigrar.
Esta vez fue a la
Universidad de
Los Andes, en Mérida, Venezuela. Poco después pasó
a la Universidad Simón Bolívar, institución de corte moderno fundada
por el filósofo Mayz Vallenilla, donde Osvaldo fue feliz y productivo
durante ocho años. En cuanto se restableció el régimen constitucional en su
patria, Osvaldo no dudó en regresar a ella. Reincorporado a la
Facultad de
Ciencias Exactas y Naturales de Buenos Aires en 1984, Osvaldo investigó,
organizó y enseñó en ella durante los últimos ocho años de su vida.
Durante ese periodo fue incorporado a la
Academia de
Ciencias de los EE. UU. Ya antes había sido electo miembro correspondiente
de la Academia de Ciencias de la
URSS. Pero esta
actividad no lo colma, tanto más por cuanto la
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de Buenos
Aires no lo provee de recursos para la investigación. Osvaldo pasa un año en la
Universidad Autónoma de
Barcelona, y medio en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. En ambas
instituciones obtiene el apoyo pecuniario y administrativo que le negaran las
autoridades de su propia facultad. Debido a sus sucesivos traslados y
migraciones, Osvaldo se caracterizó a sí mismo como biólogo itinerante. El
nomadismo es interesante para un teórico y, aún más, para un historiador.
Pero es muy frustrante para un investigador de laboratorio o de campo.
Cada vez que cambia de lugar, sobre todo en un continente donde casi todo
queda por hacer, el investigador debe insertarse en una nueva red,
formar un nuevo equipo de colaboradores, montar un laboratorio, y lidiar
para conseguir recursos, sobre todo cuando éstos son escasos. Una persona con
menos optimismo y energía que Osvaldo se habría descorazonado. En su caso, todo
desafío tenía respuesta. Por este motivo nunca se sintió desarraigado.
Naturalmente, Osvaldo y su familia pagaron un alto precio por el estrés
constante: tiempo perdido, enfermedades, trabajos inconclusos, bibliotecas
dispersas, ahorros evaporados, etc. Pero sus discípulos y colaboradores
ganaron enormemente. Basta leer los nombres de los colaboradores de muchos de
sus trabajos: argentinos, venezolanos, chilenos, norteamericanos,
españoles, etc. Osvaldo fue un sembrador en tierras difíciles,
sujetas a sequías pecuniarias y a tormentas políticas. A diferencia de la
mayoría de sus colegas, pero al igual que George Louis Buffon, Charles Darwin, Thomas y
Julian Huxley, Santiago Ramóny Cajal, Ernst Mayr, Theodosius Dobzhansky,
Francisco José Ayala, Peter Medawar, Jacques Monod, y algún otro,
Osvaldo Reig siempre se interesó profundamente por los problemas
filosóficos de la biología. Participó activamente en numerosas reuniones
nacionales e internacionales de filosofía de la ciencia
Yo tuve la gran fortuna de conocer a Osvaldo hace tres décadas, cuando,
en compañía de su mujer, Estela Santilli, asistió a mi curso de filosofía
de la ciencia en la
Universidad de
Buenos Aires. Recuerdo nítidamente la primera vez que lo vi. Estaba de pie, al
fondo del aula, con su gran cara redonda y sonriente, escuchando atentamente,
para luego hacerme cortesmente alguna pregunta interesante y difícil, pero
nunca capciosa. Preguntaba para saber, no para hacerse notar ni para
molestar. Pronto nos hicimos
amigos. Yo iba a visitarlo a su maloliente laboratorio o a su minúsculo apartamento.
Estudiábamos y discutíamos libros y
artículos sobre metodología y filosofía de la biología. El año siguiente me
invitó a impartir un seminario para sus estudiantes graduados, los cuales se
destacaron más tarde en la investigación. Un año más tarde me expatrié, y desde
entonces nos vimos esporádicamente en Boston, Montreal, Caracas o Buenos Aires. Pero
nunca perdimos contacto epistolar y telefónico. Osvaldo me enseñó muchísimo en
el curso de una conversación intermitente,
mayormente epistolar, que duró tres décadas. Toda vez que me he topado con un problema
biológico o biofilosófico, mi primer impulso ha sido consultar a Osvaldo.
Éste siempre encontró tiempo para corregir pacientemente mis burradas y para
discutir nuestras desavenencias filosóficas, que por cierto fueron solo una o
dos. Sus cartas, provenientes de la
Argentina , Venezuela, Chile, los EUA o España,
estaban repletas de ideas sobre biología, biofilosofía o política
científica. Osvaldo Reig (1929-1992) fue un escéptico constructivo,
optimista impenitente, entusiasta del enfoque científico, enamorado de la
naturaleza, pensador profundo, observador agudo, experimentador ingenioso,
hombre honesto a carta cabal, hombre generoso y afectuoso. Por añadidura
fue un ciudadano del mundo con fuertes convicciones democráticas, capaz de
sacrificarse por ellas y, lo que es aún más valioso, de trabajar
incansablemente por ella.
La amplia producción científica del Dr. Osvaldo Reig
puede ser consultada en el siguiente artículo:
Contreras, J. R. y A Giacchino. 2003.
Biobibliografía del científico argentino Osvaldo Reig ( 1929-19929) . En Arandú
(Historia de la ciencia y del pensamiento americano).
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