Por Pablo A. Chafrat
Se marchó uno de nuestros grandes científicos. Su partida pasó, como sucede habitualmente, inadvertida para la mayoría de los medios.
Dijo
José Ingenieros: "La genialidad es una coincidencia. Surge como chispa
luminosa en el punto donde se encuentran las más excelentes aptitudes de un
hombre y la necesidad social de aplicarlas al desempeño de una misión
trascendental. El hombre extraordinario sólo asciende a la genialidad si
encuentra clima propicio: la semilla mejor necesita de la tierra más fecunda.
La función reclama el órgano: el genio hace actual lo que en su clima es
potencial".
Pues
sí, en el caso de don Rodolfo Parodi Bustos se cumplió con lo dicho por
Ingenieros: su vocación se encontró con el mejor clima para desarrollar su
genialidad, nada menos que al lado de las personalidades más grandes de todos
los tiempos, esos forjadores de nuestra ciencia y nuestra cultura, en el ámbito
más adecuado: su país, nuestra Argentina, con sus extraordinarias reservas
paleontológicas. Así, trabajó junto a Carlos Ameghino y fue discípulo de Lucas
Kraglievich, conoció personalmente a Eduardo Holmberg y Angel Gallardo, entre
otras tantas figuras de las Ciencias Naturales y de la Paleontología en
particular. ¿Qué mejor clima que ése para cimentar tal personalidad? El no sólo
fue un sabio, fue un forjador, un activo partícipe del desarrollo de la
paleontología en nuestro país. Rodolfo Parodi era el último argentino vivo que
había conocido personalmente a don Florentino Ameghino y era uno de los últimos
representantes de la paleontología de los comienzos del siglo XX. Cumplió con
la misión trascendental de estudiar los mamíferos fósiles, labor que le fuera
delegada por sus próceres maestros y amigos.
Se
formó en el seno de una familia de grandes figuras de la paleontología
argentina. Su padre, don Lorenzo Parodi, de origen genovés, recolectaba fósiles
en la costa atlántica para Florentino Ameghino y luego siguió trabajando para
Carlos Ameghino y Angel Gallardo, prestando servicios al entonces Museo
Nacional de Buenos Aires. Su hermano Lorenzo Julio Parodi trabajó junto con
Lucas Kraglievich, Alfredo Castellanos y Carlos Rusconi. Ingresó en 1937 como
preparador en la sección de Paleontología de Vertebrados del Museo de La Plata , transformándose
rápidamente en una figura importante en dicha institución y donde estrechó una
gran amistad con el sabio Rosendo Pascual. Su obra escrita no es cuantiosa, lo
que no le quita mérito ni la excelencia que aún posee.
Rodolfo
Parodi fue profesor de la
Facultad de Ciencias Naturales de Salta y se desempeñó como
director del Museo de Ciencias Naturales del Parque San Martín (Salta), ayudó a
recrear la actividad científica y cultural de comienzos del siglo XX con
minuciosos detalles, debido en gran medida a su vida y tradición familiar. Su
fecunda obra presenta contribuciones de gran porte sobre geología, zoología y
paleontología principalmente, ciencia ésta que, como decíamos, orientó al
estudio de los mamíferos, realizando contribuciones sobre mastodontes de
destacado interés y de plena vigencia.
En
1993 se fundó en la ciudad de Salta el museo regional de Ciencias Naturales, el
que lleva el nombre de profesor Rodolfo Parodi Bustos. Aun a la edad avanzada
que contaba, poseía una lucidez inigualable y admirable.
Don
Rodolfo Parodi nació el 13 de setiembre de 1903 en la ciudad de Necochea
(provincia de Bs. As) y falleció el 14 de noviembre del 2004 a los 101 años en la
ciudad de San Salvador de Jujuy (provincia de Jujuy), concluyendo así una
tradición familiar en la materia de un par de siglos de duración, estudiando
principalmente los mamíferos fósiles.
Hoy,
privados de su presencia física, nos queda el aporte de su saber, en su
completo legado fruto de una larga vida dedicada a la ciencia.
Don
Rodolfo será siempre recordado con admiración y respeto, no sólo por lo que ha
sido y es en el mundo de la paleontología, sino por todas sus virtudes
personales. De esa manera permanecerá siempre entre nosotros y será a no dudar
tomado como ejemplo por las nuevas generaciones de estudiantes, lo que será la
mejor forma de brindar un merecido reconocimiento a su obra.
Tuve
la suerte de ver y escuchar a don Rodolfo, lo que me emocionó, pues sabía de
él, de su obra y de su personalidad. Sé que todos los que lo conocían sienten
un profundo respeto y admiración por él, similar al que siento yo. Por ello me
creí en la obligación de escribir estas líneas en su memoria.
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