Rodolfo Parodi
Bustos, trabajó en el museo entre los años 1920 y 1931.
Esta conferencia fue pronunciada en la sede del MACN ,el 3 de Octubre de 1985, por invitación del Dr. José Bonaparte que hacia unos años trabajaba en nuestro museo.
En ella Rodolfo Parodi rememora su estadía de una década en el viejo museo. En ella prefiere no aclarar los motivos de su renuncia y por lo tanto no hace referencia a la denominada Rebelión de los paleontólogos de 1930 en el viejo edificio de la calle Perú.
Sigue a continuación el texto de dicha conferencia, que también fue publicada en el Peródico independiente y revista mensual salteña, "Claves", Septiembre de 1997, año VI, No. 62.(Copia cortesía del Dr.Mariano Bonomo).
Esta conferencia fue pronunciada en la sede del MACN ,el 3 de Octubre de 1985, por invitación del Dr. José Bonaparte que hacia unos años trabajaba en nuestro museo.
En ella Rodolfo Parodi rememora su estadía de una década en el viejo museo. En ella prefiere no aclarar los motivos de su renuncia y por lo tanto no hace referencia a la denominada Rebelión de los paleontólogos de 1930 en el viejo edificio de la calle Perú.
Sigue a continuación el texto de dicha conferencia, que también fue publicada en el Peródico independiente y revista mensual salteña, "Claves", Septiembre de 1997, año VI, No. 62.(Copia cortesía del Dr.Mariano Bonomo).
“Respondiendo a la amable
invitación de las autoridades de este Museo, procuraré brindar una imagen
aproximada de lo ocurrido en el mismo durante la década 1920-1930, tiempo en el
que tuve el privilegio de compartir el afán de sus investigadores, así como
trazar también una semblanza lo más vívida posible de los notables estudiosos
que le dieron tan grande relieve.
En realidad nada podría ser más
grato a mi espíritu que recrear de alguna manera las grandes figuras
científicas con las que conviví y que transitaron la vieja casona de la calle
Perú 208, asiento inicial de la gran institución que hoy nos cobija, y digo
así, porque a pesar del tiempo transcurrido fuera de ella me siento todavía
formando parte de sus inquietudes e ideales.
En la sede de la calle Perú se
cumplieron jornadas que podrían considerarse magistrales. Allí discurrió
durante largos años el gran sabio prusiano D. Germán Burmeister, de poderoso
intelecto, un tanto autoritario y poco amigo de aceptar las críticas de sus
colegas, máxime si estos eran juveniles y autodidactos, como lo fuera nuestro
genial y máximo paleontólogo Dr. Florentino Ameghino.
Gran medida de Sarmiento fue
atraer a la Argentina
a un especialista de la categoría de aquel eximio paleontólogo de vertebrados,
a quién además, ofreció todo su apoyo, cosa que lo mismo hizo con Ameghino, a
pesar de la juventud de éste, ya que su gran mentalidad le hizo compenetrarse
de la indiscutible seriedad que emanaba de las teorías elaboradas por el
paleontólogo argentino. De los escritos de Sarmiento puede estimarse que tanto
estimaba al consagrado sabio alemán, como al joven que pretendía sin títulos
académicos, explicar el origen del hombre y que había estudiado y descripto un
increíble material paleontológico que lo exaltó a la fama en los grandes
centros científicos de Francia y Alemania, pero que le hicieron perder su
modesto cargo de Preceptor, hecho que, como sabemos, lamentablemente se ha
repetido al tratar de auténticos y fecundos investigadores argentinos, ya que
estos por su innata delicadeza y formación, jamás buscaron el apoyo que tanto
procuran y usufructúan los mediocres
A Don Florentino tuve oportunidad
de conocerlo cuando yo era un niño. Fue en 1909, al descubrirse el hombre fósil
de Necochea y vino en busca de mi padre que fuera explorador de la costa
atlántica desde Mar del Plata a Tres Arroyos, tarea que siguió desempeñando
durante varios años para este museo, entonces dirigido por Florentino Ameghino
y luego por el Dr. Ángel Gallardo y más tarde por D. Carlos Ameghino.
Hablar de la obra de D.
Florentino a los estudiosos que me escuchan sería superfluo. Todos conocemos
los enormes aportes que su incesante dedicación nos ha legado. Su obra -muy
semejante a la de Sarmiento por lo diversa y copiosa- abarcó un cúmulo
asombroso de producción. También sin duda, como aquel, cometió errores más que
justificables por responder su labor a su sólo esfuerzo cumplido en un ambiente
adverso, que malogró muchas de sus caras aspiraciones, pero dejando siempre,
igual que el gran sanjuanino, un ejemplo de honestidad y sapiencia que muy
pocos alcanzaron.
Su acción en este museo fue
fecunda y obtuvo valiosas colecciones de mamíferos fósiles, muchas de la
entonces casi desconocida Patagonia, gracias al esforzado y sacrificado empeño
de su hermano Carlos, que pasó los mejores años de su juventud -alrededor del
20- explorando las desiertas mesetas y quebradas, teniendo como ampulosa
vivienda los viejos cajones en que llevara la mercadería que debía previamente
vender y que sufragaba los gastos de sus largas campañas.
Don Carlos Ameghino fue siempre
un amigo cordial de mi familia desde que tomó contacto con mi padre en 1913, en
el entonces humilde poblado de Miramar. Vino junto con el Dr. Ángel Gallardo
que ejercía en aquellos años la dirección de este Museo, para que reiniciara
los trabajos de exploración de la costa Atlántica como lo había hecho
anteriormente para D. Florentino.
Gracias a la bondad de Carlos
Ameghino pude realizar años después mi anhelo de venir a Buenos Aires para
proseguir estudios que allí no podían efectuarse. A su generosidad e hidalguía
debemos muchos nuestra formación científica; para él, más que jóvenes
estudiosos éramos verdaderos amigos, que con frecuencia invitaba a almorzar en
su histórica casa -que ya no existe- en las esquinas 11 y 60 de La Plata. A esos almuerzos
acudían principalísimas personalidades de las ciencias y de las letras, y se
realizaban de sobremesa interesantes tertulias donde se discutían los más
diversos problemas del quehacer científico
Recuerdo entre los asiduos
visitantes al conocido psicólogo Prof. Rodolfo Senet, autor de importantes
trabajos literarios; a D. Alfredo Torcelli, el hábil compilador de las obras
completas de Florentino Ameghino y ameno y capacitado conversador, y tantos
otros. Siempre presidía el ágape D. Carlos, con su bonhomía inalterable, donde
nos daba oportunos consejos para nuestra conducción en la vida. Lo mismo
ocurría en su despacho del Museo, frecuentemente prestigiado por celebridades
como las de Ricardo Rojas, erudito extraordinario capaz de hablar horas enteras
sobre los más dispares episodios de la historia argentina; Leopoldo Lugones, el
genial poeta controvertido por su versatilidad política; el Dr. Eduardo
Ladislao Holmberg -del cual fui secretario ad
hoc en una intervención
interna- sabio naturalista que introdujo la evolución en sus textos de historia
natural y admirable expositor que escuchábamos con verdadero deleite y que,
cumplidos los 80 años conservaba un optimismo contagioso. Sería interminable la
lista de quienes acudían a esos auténticos ateneos, de los cuales muchos
beneficios recibimos quienes con inmodestia juvenil pretendíamos emular algún
día tan brillantes personalidades.
De D. Carlos, pues, todos mis
recuerdos son gratos y le debo el mayor de los reconocimientos ya que el hizo
posible, además, mi incorporación al Museo en Septiembre de 1920. Su carácter
sencillo y paternal sirvió para fomentar entre los jóvenes que formábamos parte
de su equipo el interés por el estudio de la Paleontología y la Antropología. Entre
los que compartíamos ese lugar de amena enseñanza figuran algunos nombres que
más tarde tuvieron merecida resonancia en las ciencias o las artes.
Fueron ellos dos antropólogos:
Milciades Alejo Vignati y Enrique Palavecino, que alcanzaron justa fama por sus
producciones enjundiosas; Alberto Casal Castel, un promisor estudioso de las
ciencias naturales que se apartó muy pronto porque sus inclinaciones lo
llevaron a incursionar en las bellas letras, en las que demostró poseer
condiciones poco comunes; cuatro paleontólogos que debimos alejarnos en 1930,
por las desagradables circunstancias que no deseo relatar para proseguir con el
mejor ánimo esta recordación. Fueron ellos Carlos Rusconi, incansable
trabajador científico que de un breve pasaje por el Jardín Zoológico de la Capital pasó a
desempeñarse en el Museo Cornelio Moyano, cuyas colecciones incrementó y
describió en la revista del museo y que se constituyó en una gran cantidad de
volúmenes de indudable interés documental. Su labor, no obstante las
dificultades que padeció, le dan un meritorio lugar dentro de los estudiosos
argentinos
Mi hermano Lorenzo Julio Parodi,
que continuó sus tareas en el Museo de La Plata , donde se consagró como uno de los mejores
conocedores de los mamíferos fósiles argentinos, en base a lo cual las
autoridades de ese museo dieron su nombre al laboratorio de Paleontología del
mismo. Fue, además, un experimentado investigador de campo, produciendo infinidad
de informes de campo que fueron altamente conceptuados
Por mi parte, por ser el menor de
los contertulios del Museo, debo la gracia de poder referirles a Ustedes los
pormenores de ese pasado ya lejano. Además mi extrema juventud de entonces me
impidió realizar mayores trabajos científicos, que perdieron después muchas de
sus posibilidades por los avatares que signaron el año '30, en que debí, al
igual que la mayor parte de quienes procurábamos mantener el prestigio de la
ciencia nacional, pasar a ocuparnos de
tareas alejadas de los centros
importantes de investigación. He dejado para el final de esta nómina de
estudiosos de la paleontología al más grande de sus cultores argentinos
posteriores a los Ameghino; me refiero a Lucas Kraglievich, mi querido maestro
y el de todos los que lo rodearon durante su corta vida.
La obra realizada por este genial
investigador alcanzó cimas pocas veces logradas. Su humildad y delicadezas
naturales sirvieron para que se le crearan falsos problemas que determinaron su
alejamiento del país. Siempre estuvo dispuesto a ayudar a cuantos estudiosos
acudían a consultarle sobre la gran gama de las ciencias. Empero, muy pocos,
recordaron después de su muerte de cuanto le habían servido sus sabios
asesoramientos. Tampoco creía en la maldad humana y por eso cayó en manos de
quienes arteramente encontraron la forma de hacerle preferir el exilio que tan
pronto le produjera la muerte.
Dejar su amado Museo fue para él
fatal. Y decir amado Museo no es figura retórica, ya que todos sabemos y consta
que en varias oportunidades el entonces director del Museo de La Plata , Dr. Luis María
Torres, le ofreció el importante cargo de jefe del departamento de
Paleontología, que el no aceptó. Y todo por no dejar sin estudio las
importantes colecciones de mamíferos fósiles conservados en nuestro museo,
aunque aquí solamente gozó del modesto cargo de ayudante técnico. Y pensar que
por una simple coyuntura presupuestaria, arteramente aprovechada, fue dejado
prácticamente en la calle. Kraglievich se inició en el Museo bajo la directa
conducción de D. Carlos Ameghino y de inmediato dio pruebas de su talento
colaborando con D. Carlos en un trabajo sobre los restos de Megaterio
descubiertos en el puerto de la
Capital.
Si bien muy someramente, para no
cansar al distinguido auditorio, procuraré esbozar una breve reseña de la labor
científica producida por Lucas Kraglievich. Sus primeras publicaciones datan de
1916 y abarcaron en total nada menos que 96 trabajos. La gran mayoría fueron
dedicados a la paleontología de los mamíferos y dentro de ellos a los
tardígrados, sobre los cuales realizó 25 contribuciones. Este grupo preocupó
especialmente su atención en razón de la abundancia de restos de los mismos que
se descubrieron en nuestras formaciones geológicas y a que su sistemática no
era suficientemente clara. Se ocupó ampliamente de los milodóntidos y
megatéridos, fundando sobre ellos diversos géneros y especies.
Sobre milodóntidos, en
particular, revalidó con excelente criterio algunas determinaciones de
Ameghino. También trató extensamente de los carnívoros, en uno de cuyos
trabajos pudo determinar que Arctodus,
nombre genérico que le asignaron los paleontólogos Merrian y Chester Stock a
ciertos úrsidos de California no era el debido, creando en su reemplazo el género Tremarctotherium, que es el que le corresponde atento a
sus características y sus relaciones filogenéticas.
Los roedores fueron igualmente
muy tratados, así como casi todos los demás órdenes de mamíferos. Las aves
fósiles dieron origen a varias publicaciones y en especial el género Phororhacos Amegh., del
que creó una nueva especie, la de mayor tamaño, procedente de los estratos
terciarios de Paraná. Sus trabajos geológicos fueron también muy importantes y
sobre todo "La antigüedad Pliocena de las faunas de Monte Hermoso y
Chapadmalal", significa un prolijo estudio de pesada y difícil elaboración
Sería demasiado largo proseguir
con el análisis de toda su producción; sólo quiero dejar constancia de su
capacidad como paleontólogo y anatomista notable y que no lo fue menos en
cuanto a la sistemática y la nomenclatura, como diera prueba cumplida
particularmente en el trabajo donde se ocupa de determinar las especies
genotipos de Mylodon y Glossotherium. Su estada
en el Uruguay, donde encontró apoyo y comprensión, alcanzó singular proyección,
haciendo conocer algunos estratos geológicos que no habían sido detectados con
anterioridad. Publicó allí memorias valiosas, como su monografía de los
cérvidos uruguayos y el Manual de Paleontología que fue su último acuciante
empeño.
Debido al éxodo de nuestros
paleontólogos en 1930, el Museo sufrió las consecuencias que eran previsibles;
una paralización casi total que hizo decaer lamentablemente el alto nivel que
el mismo ganara a través de sus notables especialistas. Dispersados casi todos,
unos a las provincias, otro buscando refugio en ocupaciones ajenas a sus
afanes, pero el más destacado de todos, aquel dio indiscutible jerarquía a la
paleontología argentina, Lucas Kraglievich, debió exilarse para ofrecer en
otras tierras la importante labor científica que su país reclamaba y que a él
no le permitieron concretar, apagándose prontamente su vida
Volviendo a mis recuerdos sobre
las personalidades que tuve el placer de conocer en mi paso por el Museo, debo
mencionar en primer término al Dr. Ángel Gallardo, preclaro biólogo que tuvo
participación en los trabajos que se realizaban a principios de siglo sobre los
misterios de la división celular y que por breve tiempo dirigió los destinos de
este Museo, ya que por sus altas cualidades ciudadanas pasó a desempeñar las
funciones de Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, desde donde siguió
estimulando los estudios científicos y el incremento de las colecciones
paleontológicas de las más diversas instituciones del país, como he podido
comprobarlo en la Capital
de Jujuy, cuyo modesto Museo Paleontológico y Mineralógico que se halla a mi
cargo, posee la más hermosa serie de reproducciones de dinosaurios y peces de
Europa y Norteamérica, única en el país, donada justamente por el Dr. Ángel
Gallardo, con cuyo nombre he galardonado la entrada al Departamento de
Paleontología.
También,
aunque no fuera investigador científico quiero recordar la figura de D. Agustín
J. Péndola, antiguo secretario del Museo desde la época de Burmeister, que con
singular prolijidad estuvo redactando la historia de este instituto que quedó
truncada por su fallecimiento. Hijo de él y también secretario, pero en la
época de D. Carlos Ameghino, fue el Prof. Agustín Péndola, amigo incomparable
que nos alentó en nuestros estudios y en particular me brindó su estimulante
amistad.
Entre los
más destacados naturalistas que integraban el plantel de investigadores del
Museo deseo mencionar al distinguido geólogo español D. Enrique De Carles,
notable explorador incorporado por el Dr. Burmeister, que realizó provechosas
excursiones en casi todo el norte del país y llegó hasta la localidad boliviana
de Tarija, coleccionando muy interesantes ejemplares de mamíferos del Terciario
y Cuartario argentinos. Otro grande de la ciencia fue el Dr. Roberto
Dabbene, renombrado ornitólogo que nos dejó una magnífica y completa obra sobre
nuestras aves. También tuvieron actuación destacada los investigadores Eric
Boman y Hector Greslebin, ambos dedicados al hombre y a su industria.
Con respecto a Botánica tuvimos
un maestro notable, el belga Luciano Haumann, que dejó discípulos prestigiosos
como el Dr. José F. Molfino, apreciado por su especial simpatía. Entre los
investigadores extranjeros que vinieron a realizar trabajos en el Museo, merece
señalarse sobre todo al Dr. Cayetano Rovereto, distinguido paleontólogo
italiano que fuera invitado por D. Carlos Ameghino para describir el numeroso
material de mamíferos del Terciario argentino, que se conservaba en el Museo,
cuyo resultado fue la magnífica obra publicada bajo el título de "Los
estratos araucanos y sus fósiles", trabajo indispensable para toda
información paleontológica referida a ese periodo geológico. También se recibió
la visita del sabio alemán Federico Von Huene, autoridad en reptiles del
Mesozoico, que describió algunas formas nuevas de este Museo y del de La Plata.
Igualmente lo hizo el
paleontólogo de fama mundial George Gaylord Simpson para las cuantiosas e
importantísimas colecciones de mamíferos fósiles del Terciario patagónico
reunidas por D. Carlos Ameghino. He pretendido dar una rápida semblanza de los
valores humanos que intervinieron para mantener este Museo con la jerarquía
científica que le dieran Burmeister y Ameghino. Quiero dejar constancia,
empero, que esas valiosas contribuciones tuvieron feliz término gracias, en
buena parte al auténtico promotor que supo inspirarlos en todo momento Carlos
Ameghino, quién en su conducta aleccionadora y su ferviente prédica dejó bien
sentados los principios rectores de toda labor científica seria.
Jamás toleró que el accionar de
sus jóvenes colaboradores se apartara de esas normas primordiales: siempre
debían estar dirigidas a la búsqueda de la verdad, único objetivo que puede
condicionar el quehacer de todo estudioso que se precie de tal. Su importante
labor fue puesta de manifiesto constantemente y quiero recordar, al respecto,
el juicio que mereciera de una autoridad en la materia como el Dr. Anselmo
Windhausen, quién al referirse a la obra cumplida por D. Carlos Ameghino en la Patagonia , que abarcó
casi la integridad de sus
estratos, expresó que consideraba
a la misma como la verdadera Biblia para el conocimiento de la región y de la
que no podría prescindir tampoco en los futuros trabajos
Al término de esta recordación me
place señalar que todo evidencia que ha sido superada ahora aquella etapa
lamentable de nuestra paleontología y que significó su parcial deterioro. La
inteligente dirección del Dr. José María Gallardo (digno nieto de aquel grande
de las ciencias que fue el Dr. Ángel Gallardo) ha logrado encauzar firmemente
la trayectoria del Museo hacia una recuperación de los altos destinos que le
impusieran Burmeister, Gallardo y los hermanos Ameghino.
Y específicamente en cuanto a la
paleontología de los vertebrados (la ciencia madre de este instituto), que
tanto me atrajo y a la que espero dedicar todavía algún tiempo, advierto con
sincera satisfacción el mismo fervoroso afán que alentó la brillante época
ameghiniana: Cuenta hoy con un enjambre de jóvenes estudiosos, plenos de
vocación, convocados por un investigador de los quilates del Dr. José
Bonaparte, consagrado en todos los ámbitos científicos y que despierta mi
cálida admiración, porque intuyo en él al hombre capaz de levantar nuestra
producción científica hasta niveles quizá no igualados”.
Conferencia inédita de
Rodolfo Parodi Bustos dictada en el Museo Argentino de Ciencias Naturales
"Bernardino Rivadavia" el 3 de Octubre de 1985. Texto original
completo. Tomado del artículo de
Ricardo
N. Alonso en Iruya.com
Mas información sobre
los integrantes de la familia Parodi en Partes I a V de “La Rebelión de los
paleontólogos de la calle Perú en 1930” .
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