miércoles, 25 de julio de 2012

Una visión sobre el Museo Nacional de Buenos Aires en 1892 por uno de los integrantes de la Sociedad Científica Argentina

Reproducido por  Hugo P. Castello, MACN:  en comisión en la Fundación de Historia Natural "Félix de Azara", 2013.

En la primeras páginas de un extenso artículo sobre el recién inaugurado Museo de Ciencias Naturales de La Plata, un integrante de la Sociedad Científica Argentina, que viajó (4/10/1891) para visitarlo  narra en que situación de abandono estaba en ese momento  el Museo Nacional. y lo compara con el flamante museo de la capital provincial  y comenta sobre  sus fabulosas colecciones en exhibición.
  
Reproducción fiel del artículo publicado en los Anales de la Sociedad Científica Argentina en 1892

El Museo de La Plata: su génesis, pasado, presente y su porvenir.

Hay en el riñón de la ciudad de Buenos Aires, un ángulo formado por las calles de Perú y Alsina (antes Potosí), él está constituido por altos y gruesos muros deslucidos por el tiempo, y más que por los años, por la incuria de los hombres, cuya más grande obligación y anhelo, debieran ser la conservación de nuestros recuerdos patrios. Esos muros han sido testigos del poderío y grandeza de los Jesuítas; ellos han presenciado su expulsión, abrumados bajo el peso de la excomunión de un Pontífice Romano; ellos han asistido al exterminio de los ingleses invasores; ellos han escuchado la ferviente y solitaria súplica del monje, el fragor de la fusilería, el rodar de los cañones, los alaridos del combate, y aún los últimos suspiros de las víctimas inmoladas á mansalva en las épocas procelosas de nuestras discordias civiles; pero, en cambio, dentro de ellos han brotado á la luz las más altas intelectualidades argentinas, y hoy encierran, como en un santuario, valiosas colecciones y una bien nutrida biblioteca. A corta distancia de ese ángulo y sobre la calle de Perú, várese una alta puerta de cedro, semicarcomida por las intemperies, coronada de un escudo casi tan deslustrado como el exterior del edificio; eso es,  visto por fuera, el Museo Nacional, muy felizmente ubicado en Perú y Potosí, nombres ambos sinónimos de riqueza y de nuestras pasadas glorias, bien que, en este caso; la riqueza del Museo no consista sino en su material científico y no en los metales arrancados á los cerros con la sangre de los esclavos. Cábele el honor de haber iniciado tal fundación científica, á la Asamblea del 27 de Mayo de 1812, sin que obstasen á ordenarlo, los cuidados de la guerra contra España; mas, no se pudo dar comienzo al cumplimiento de la ley, sino hasta el 31 de Diciembre de 1823, fecha en la cual, el insigne Rivadavia ordenó reunir vainas curiosidades en los altos del convento de Santo Domingo; variadas peripecias experimentó la institución desde ese tiempo hasta 1863; casi olvidada durante 10 años, hasta 1833, olvidada del todo otros 10 (1833-42), poca en que Rosas aparece dedicándole alguna atención; anulada ó poco menos, hasta 1854, año en el cual, se traslada al actual local y emprenden su organización Los Amigos de la Historia Natural del Plata, subsiste lánguida y casi sin vida, hasta que el actual Teniente General D. Bartolomé Mitre y el Dr. Domingo Faustino Sarmiento, actuando el primero como Gobernador de Buenos Aires y el segundo como Ministro, la dotan de verdadera dirección científica, nombrando para regirla al eminente sabio Dr. Germán Burmeister,  por el decreto de Febrero de 1863 (en realidad 1862), época de la cual, dada su importancia ante propios y extraños. Empero, creada tan útil fundación en tiempos de apuro y aún de miseria para el país, alojada en un local inadecuado, cuando ni aún se soñaba en el mundo extinguido, cuyos representantes colosales iban á revelarnos los infatigables removedores de la Pampa ó las montañas, bástanos arrojar una mirada á lo largo de sus claustros monacales protegidos por pesadas bóvedas, para convencernos de cuantas energías se han gastado allí para reunir en su recinto tan valioso capital científico, luchando con presupuestos mezquinos, instalaciones pobres, escasísimo personal, y temiéndose, en más de un caso, que algunos legisladores, emparentados con la barbarie pampa, declarasen que no teníamos necesidad de Museos, de escuelas, ni de parques zoológicos, como si todo ello no fuera adelanto intelectual y aún material en sus postreros resultados. Más aún, cuando los frutos de concienzudos estudios habían sido derramados en el papel, ó completados por cuidadosísimos dibujos de los naturalistas, la desidia y la indiferencia los dejaban, y aún los dejan, dormitar por años antes de entregarlos á las mil voces de la publicidad, sin que tal estado de cosas haya mejorado por el traspaso del Museo á la Nación. Hémonos extendido deliberadamente sobre este tema, porque es debajo de esas bóvedas, en esos claustros, donde han cruzado Bravard, el infortunado naturalista que debía perder la vida en un terremoto, por él previsto, Sarmiento  el fanático educacionista, Trelles, el incansable averiguador de nuestra, aún poco averiguable, historia, y tantos otros, entre los que se cuenta alguno comparable en méritos al gran Cosme de Medicis; es debajo de esas bóvedas y en esos claustros, donde ha nacido el amor á las ciencias en los cerebros de algunos jóvenes argentinos, que, cuando niños, se asombraron ante los enormes Gliptodontes, se extasiaron contemplándolos pintados plumajes de las aves, ó el variado pelaje de los mamíferos, inmóviles sobre sus soportes, pero que, cuando hombres, llevaron al terreno de la práctica las ideas concebidas en aquel templo de las ciencias naturales.

El Génesis del Museo de La Plata está, quizás, en realidad, en el Museo Nacional, pues sin él probablemente, no habría ocurrido á un niño, que ha muchos años coleccionaba guijarros, más tarde fósiles y cráneos, y posteriormente, tras largos viajes y aprendizajes en otras comarcas, dedicar su vida entera á la prosecución de una obra, tal como la fundación del valiosísimo Museo, que hoy se levanta en el fondo del Parque de la ciudad de La Plata.
Hace algunos años tenía lugar un ensayo de exposición, si mal no recuerdo, en la calle de Cangallo, en el piso bajo de la casa de comercio de los señores Fusoni; notábase en ella una buena, aunque no muy numerosa colección de cráneos de indígenas de las antiguas y modernas razas que han vivido ó aún habitan la Argentina. Simétricamente alineados sobre gradas vestidas de tela roja, aquellos cráneos parecían mirar al visitante con sus órbitas vacías y quererle referir con sus desnudas mandíbulas la ignorada historia de sus pueblos, perdida en el secreto de los siglos, ó preguntar el motivo de encontrarse reunidos en aquel escenario los que en vida quizá fueron mortales enemigos. Esa colección acopiada lenta y trabajosamente por el Dr. Francisco P. Moreno debía más larde formar la base del Museo Antropológico y Arqueológico, fundado por la ley del 17 de Octubre y decreto del 13 de Noviembre de '1877, y posteriormente constituir el más sólido cimiento del capital científico del Museo de La Plata. En efecto, habiendo declarado el Ministro de Gobierno Dr. Vicente G. Quesada que era necesario conservar las curiosidades arqueológicas y antropológicas que se descubran en nuestros territorios, haciendo votos por la fundación de un establecimiento adecuado y proponiendo como base el Museo «formado por D. Francisco  P. Moreno » sanciónese la ley que autorizaba la creación del Museo Antropológico, nombrándose Director al Sr. Moreno, quien donó al Estado todas sus colecciones. Si la primera idea acerca de un gran Museo brotó en el austero recinto del actual Museo Nacional, el primer paso conducente á ello fue la creación del Museo antropológico, pues federalizado y entregado á los poderes nacionales, el rico material acumulado durante cerca de 20 años por la Provincia de Buenos Aires, bajo la competentísima dirección del Dr. Burmeister, surgió el deseo entre los hombres dirigentes de una provincia á la que, los azares de la guerra y las necesidades del país, habían arrebatado de un golpe, su capital y con ella sus más gloriosas instituciones, el de levantar un nuevo Museo en la naciente ciudad de La Plata.
Intérprete ó mejor dicho ejecutor de esa aspiración se hizo el Dr. Carlos D'Amico. al encomendar á D. Francisco P. Moreno, que proyectase un Museo que reemplazara en el más breve término al que la Provincia acababa de ceder al Gobierno Nacional y por los decretos del 4 y 17 de Setiembre de 1884 se ordenó la construcción del Museo, se nombró Director al Sr. Moreno, constituyéndose dicha fundación en las colecciones del Museo Arqueológico y Antropológico y la biblioteca del encargado de tan ardua tarea, el cual en esta circunstancia donó al Estado los «los mil volúmenes que componían, por entonces, su caudal literario. No podía acometerse una empresa en condiciones más propicias y de éxito que cuando el Dr. Moreno se hizo cargo de la Dirección, pues desahogadas las finanzas provinciales y en plena prosperidad todo el país, tuvo en favor suyo todos los elementos pecuniarios para desarrollar sus ensueños de la infancia, madurados por el tiempo. No se trataba ya de leyes y decretos imposibles de cumplir como en 181 2y '1823, sino de la más eficaz cooperación de los poderes públicos, que dicho sea en honor de la verdad, no descuidaron la apenas iniciada fundación, proveyéndola de los medios necesarios para su desarrollo. Elejido (sic) el emplazamiento en el paraje más pintoresco de La Plata, su magnífico bosque de Eucalyptus, empezáronse los trabajos con grande actividad, al paso que comisiones, enviadas ó dirijidas (sic) en persona por el Director, investigaban los yacimientos fosilíferos de Monte Hermoso, Brandsen, Tapalqué, Lobos y Saladillo, recojiendo (sic) no tan solo las muestras de nuestra antigua fauna, sino que también los rudimentarios utensilios y aún los restos de los hombres que en remotos tiempos poblaron estas tierras. Aficionados de nota contribuyeron con sus colecciones ó informes al acrecentamiento del Museo y no lardaron sus vastas salas en llenarse de valiosísimo material, al paso que su construcción se adelantaba. Tierra del Fuego y Patagonia le dieron gran parte de los restos de la extinguida fauna argentina, las provincias del Norte y singularmente Catamarca revelaron con sus cerámicas arrancadas á las /macas ó á las ruinas de pueblos que fueron, la vida casi civilizada de naciones hoy destruidas y de razas que si todavía no han desaparecido están en sus postrimerías; las montañas andinas proporcionaron las huellas de su período carbonífero, los moluscos y trilobitas que existieron en los tiempos jurásicos y silurianos. Compráronse importantes colecciones de antigüedades, de fósiles y pieles tanto de aves como de mamíferos, pero aún la tarea no estaba sino empezada ; un material como el adquirido, un Museo concebido bajo la impresión de un vastísimo plan, requerían no solamente personal idóneo en lo técnico, desde el arquitecto y el explorador viajero, hasta el preparador de gabinete, sino también inteligencias vigorosas que dieran vida al mundo muerto que en el Museo se amontonaba y que con fácil péñola dieron á la estampa los resultados de sus pacientes estudios, sacando de la sombra hasta la misma ciudad de La Plata que no ha mucho, ni aún en los mejores mapas figuraba.
Si acertada mano tuvo el actual director del Museo de La Plata para seleccionar su personal técnico, no la tuvo peor para llamar á su lado á individualidades que con el andar del tiempo serán glorias nacionales en el pacífico y en el neutral terreno de las Ciencias que tiene por objeto principalísimo el estudio de la Naturaleza. Mas, como fácil es comprenderlo, la urgencia de un trabajo material tan considerable y absorbido todo el tiempo por la tarea de coleccionar ó de componer, ordenar y clasificar las piezas adquiridas, mientras se levantaba el edificio y se habilitaba la estantería que debía llenarlo, impidieron que fueran muy numerosas las publicaciones que se llevaron á cabo, debidas en parte á la pluma del Dr. Ameghíno y á la del mismo Director, pero bastaron para despertar la curiosidad de los hombres de ciencia del estrangero (sic) ; Gaüdry el eminente paleontólogo, Pouchet cuyas obras de ciencia popular son tan familiares á nuestra juventud estudiosa y muchos otros de alta nombradía, no tardaron en ponerse en comunicación con el Dr. Moreno y aún el docto Director del Museo Británico, Profesor Flower, emprendió un viaje á nuestras playas, espresamente  (sic)con el objeto de conocer un museo que, apenas en sus comienzos había adquirido notoriedad en el mundo científico, espresándose (sic) mas tarde á su respecto, en los términos más elogiosos, en un discurso pronunciado en New-Castle, discurso que fue publicado y comentado por el Times de Londres y estractado (sic) por la Revue Scientifíque. Este es, en breves palabras, el pasado brillante de la institución platense, llamada quizá más adelante á rivalizar con el Smithsonian Institution en Washington, una vez que pueda seguir una marcha regular, con los esfuerzos del personal uniformados, como los órganos de un inmenso mecanismo y no perturbada, ni trabada por economías excesivas en su presupuesto, que esterilicen ó anulen las más enérgicas iniciativas.

Invitada la Sociedad Científica Argentina por el director del Museo de La Plata, para visitar el establecimiento á cuyo frente se halla, trasladase y aquella en corporación á la ciudad de La Plata, el 4 de Octubre del año próximo pasado, constituyendo gran parte de la comitiva un numeroso grupo de jóvenes estudiantes, simpática legión que deseaba aumentar sus conocimientos visitando detenidamente el Museo y además el Observatorio astronómico, cuya inspección formaba también parte del programa de la escursion (sic) . Un  hermoso día y la galante acogida del Director favorecieron á los viajeros y les facilitaron el minucioso examen de la mayor parte de las instalaciones del Museo, de cuyo presente estado tenemos que ocuparnos. El exterior del Museo produce, desde luego, una grata impresión, viéndolo desarrollarse en un extenso óvalo de cuya masa se destacan tres frontispicios de estilo griego, de los que, el central llama la atención por sus elegantes proporciones, sus altas columnas acanaladas y la elevada y amplia escalinata de granito que lo precede; contribuyen á realzar más las líneas arquitectónicas del Museo un vivísimo y verde prado, en el fondo del cual está situado, contrastando el tinte blanquecino de las construcciones  con la oscura masa del bosque de Eucalyptus que se levanta detrás edificio y  circunda el prado. Notase en lo alto del óvalo exterior una serie de nichos interrumpida en el medio por el frontis central, destinados a recibir los bustos de las personalidades más conspicuas en las ciencias; parte de ellos están ya ocupados y sobre su dorado fondo resaltan las figuras de algunos sabios y viajeros antiguos y modernos. Aparentemente, el Museo tiene solo dos pisos, mas, en realidad consta de tres, uno inferior, que incluye dos grandes patios semicirculares, destinado á depósitos, imprenta, fotografía, preparaciones, etc., otro que, con excepción de la rotonda que sigue aun elegante peristilo central y algunas oficinas, se halla ocupado por las colecciones de osteología comparada, geología, mineralogía, antropología y los representantes de la fauna extinguida y actual : el tercer piso, cuyo plano general se asemeja á una cruz comprende la biblioteca, talleres diversos, casa y despacho del Director, salón de Bellas Artes, cerámicas y utensilios de la edad de la piedra pulimentada y del bronce. En cuanto al estilo dominante en la arquitectura del Museo, no está reñido con las líneas griegas, aun cuando el Director haya procurado darle un carácter de arcaísmo americano, lo que se observa en las decoraciones de los pisos y cielo-rasos y que reproducen figuras y líneas usadas en los vasos y tejidos de los antiguos americanos. Sin dejar de ser muy apropiado para el objeto á que ha sido destinado, este edificio es mucho más elegante en su conjunto, que otros museos europeos, cuyas masas cuadradas y de varios pisos, taladrados por numerosas ventanillas, les dan el aire de fábricas ó casas de obreros, como si la estética fuera cosa ajena (sic)  á las ciencias de observación. Una idea fundamental ha presidido á la construcción y arreglo de este Museo, la de presentar por grados todas las épocas evolutivas de la tierra, desde la primaria hasta la actual, en sus variadas manifestaciones, objetivo que hasta cierto punto se ha conseguido, estableciendo en el dilatado óvalo exterior que forma el contorno del edificio, una serie de salas que nos conducen sucesivamente á estudiar las fases de un ciclo biológico que, principiando con la fauna y flora primaria y secundaria, termina con las del presente ,al paso que también se ha procurado, por medio de la superposición de vastos salones y galerías centrales, dar una idea del proceso de civilización del hombre, desde la época en que, desnudo ó mal cubierto de pieles, vagaba munido de toscos pedruzcos, que constituían sus únicas armas y herramientas, hasta los tiempos en que, alcanzando mayor desarrollo su inteligencia, utiliza los metales
descubre el arte de tejer, y fabrica las caprichosas y artísticas cerámicas que en el Museo se ven por centenares. Empero, el vasto  plan del Museo, como luego lo veremos, no se detiene en la averiguación de las épocas pre-históricas de América, ligándolas á las de otras regiones, sino que aún pretende compilar y dar á luz cuanto dato se refiera á tiempos más cercanos á nosotros. Si  tal empresa es accesible á los medios y elementos de que llegue á disponer el Museo, solamente el porvenir puede contestar.
Si el aspecto exterior del Museo predispone en el acto en su favor, haciendo esperar una serie de sorpresas, esta impresión se acentúa aún más, cuando después de haber subido una amplia escalinata, en cuya medianía grandes caracteres de mosaico estampados en el pavimento nos dan á conocer la fecha de la fundación del Museo, cruzado el alto peristilo, flanqueados por dos tigres acostados y sostenido por seis elegantes columnas, se penetra en una elevada y doble rotonda, cuyas paredes se hallan adornadas con grandes lienzos, representando paisajes americanos, costumbres de los indígenas Pampas ó Patagones y episodios ideales de la vida primitiva del hombre de la edad de piedra.
A la derecha del visitante ábrese una alta puerta que da acceso á un gran salón cuyos lados se hallan cubiertos de elevada estantería y cuyo centro lo ocupan pequeñas instalaciones transversales, entre los que, ante todo, llama la atención una gran meteorita procedente del Indio Rico (Pillahauicó, Prov. de Buenos Aires).
Una buena colección de rocas fósiles y minerales estrangeros (sic) se distingue en la parte central, como para servir de dalos geológicos; entre ellos se cuentan curiosos Ammonites é impresiones del Dyplomyctus dentatus Cope. Las épocas paleozoica y mesozoica de Chile y la Argentina hállanse abundantemente representadas y grandes trozos incrustados en duras areniscas de las cortezas de antiguas coníferas que antes vivieron y fenecieron en los cerros de Uspallata terminan la serie central de pequeños escaparates. Es curioso y digno de observarse que uno de los trozos de confieras fósiles se halle cruzado por un angosto filón de plata. A la derecha del salón hay una colección típica de minerales europeos, otra de argentinos con muestras de tufas é infiltraciones, moluscos terciarios de Patagonia y plantas réticas, aún no determinadas, procedentes de San Juan y de Mendoza.
Gigantescos restos de Dinosaurus se elevan al finalizar el primer
salón, como si quisieran impedirnos proseguir nuestra gira por la izquierda de él, que encierra en sus bien ordenados anaqueles notables impresiones de lagartos fósiles de Europa y una considerable colección de minerales de Chile, Bolivia y la Argentina, en la que predominan el cobre, la plata y el plomo, con escasa representación del hierro.
Sin temor á las larguísimas manos de los Dinosaurus, ha siglos desaparecidos y de cuya imponente y pesada extructura (sic) hoy apenas podemos darnos cuenta, penetremos en el mundo de los Edentados, cuyos representantes actuales aparecen pobres y mezquinos, cuando se compara el mayor de ellos, con las moles de los antiquísimos Glyptodon, Doedicurus, Lestodon, y tantos otros, que ha miles de años se extinguieron sin amoldarse á los medios nuevos que las evoluciones terrestres les imponían, con el supremo imperio del Messer Gaster de Rabelais. En la segunda sala descuellan los Glyptodontidae; centenares de fragmentos de corazas, cráneos y restos de esqueletos llenan los armarios; aquello en su aparente desorden, parece representar como los despojos de la gran batalla que ha siglos libraron los gigantescos Glyptodontidae en la dura lucha por la vida, contra la naturaleza en «su daño conjurada. Magníficos esqueletos armados ya, apenas nos dan una vaga idea de lo que serían aquellos monstruos, cuando revestidos de piel, ásperas cerdas y movidos por poderosos músculos, cruzaban las llanuras del terciario patagónico, semejantes á peñascos vivientes. Un lindo ejemplar de Propaleophorus abre la serie luciendo su bella coraza, sembrada de gruesos granos redondeados; admiran más adelante los Doedicurus, no solo
por su desmesurada talla, sino que también por la singular glándula que debieron tener en lo posterior de la coraza y por su enorme cola en forma de maza plagada de grandes óvalos impresos ; el Hoplophorus philippi se ve allí, aún incrustado en una durísima arenisca ; notables cráneos de Astrapoteridae solicitan la atención del naturalista y partes del esqueleto y del caparazón de una gigantesca tortuga fósil, hallada en Monte Hermoso, terminan el período terciario en este salón, donde también figuran numerosos Glyptodon. La formación pampeana sorprende con sus Doedicurus clavicaudatus Ow., Panochtus tuberculatus Ow., y sinnúmero de restos de Glyptodontidae, Lestodontidae y Scelidotheridae que hacen su aparición en la época cuaternaria, en la cual persisten muchas formas del terciario; en el centro del salón se levantan los colosales esqueletos del Mylodon intermedius Ameghi. y del Lestodon armatus Gervais, ambos muy completos. Un macizo Megatheriumamericanum es la pieza más notable que se ve en el salón siguiente. Continuando el paseo, por el óvalo del Museo, cruzamos al lado de elegantes Macrauchenias y pesados Toxodontes, entre los que resaltan las formas gigantesca del Toxodon burmeisterii Gieb. y del T. platensis Ow.
(Continuará)
 Extraido, copia fiel de: 
Anónimo. 1892. El Museo de La Plata. Su génesis, pasado, presente y su porvenir. Anales Sociedad Científica Argentina, Tomo XXXIII: 16-23  (Ia. parte)

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