jueves, 2 de mayo de 2013

Una reseña de la obra del paleontólogo Osvaldo Reig, por Mario Bunge

Extraído textualmente del artículo original de  Mario Bunge publicado en  1998. El biólogo itinerante, pp. 87-93.
 En: Bunge, M.,  Elogio de la curiosidad, de Editorial Sudamericana, Buenos Aires.


Mi amigo Osvaldo Reig publicó su primer trabajo científico, que versaba sobre un roedor extinguido, a los dieciséis años de edad, cuando aún cursaba el colegio secundario en Buenos Aires. Terminó publicando más de doscientas memorias, solo o en colaboración, en el curso de casi medio siglo. Lo notable de esta producción científica no es sólo su volumen sino también su alta calidad reconocida internacionalmente, y el hecho que fuese realizada en seis países distintos: la Argentina, los EUA, Venezuela, Inglaterra, Chile y España. Osvaldo trabajó casi siempre en circunstancias difíciles, entre exoneraciones y exilios. Osvaldo fue un trabajador incansable desde su adolescencia: en el campo, el laboratorio y el gabinete. Cuando no cazaba fósiles, atrapaba murciélagos; cuando no disecaba reptiles, observaba cromosomas de sapos; cuando no experimentaba con ratones, pensaba en cómo enriquecer y refinar la teoría evolucionista; cuando no leía memorias científicas, las escribía; cuando no enseñaba, discurría con colegas; cuando no lidiaba con burócratas o políticos, analizaba los conceptos de especie biológica o de emergencia; cuando no viajaba a laboratorios o congresos, se hacía de tiempo para escribir a amigos dispersos por todo el mundo; cuando no trabajaba, cocinaba, escuchaba música o leía novelas. Minutos antes de morir, Osvaldo trabajaba en dos proyectos: el plan de una investigación de campo y laboratorio, que ahora realiza un equipo hispano-argentino, y un texto de biología evolutiva. Pese a su actividad frenética, ya que su trabajo era su único hobby, Osvaldo no era traga libros ni apéndice de microscopio. Gozaba intensamente de la vida. Le gustaba comer y conversar, pasear  y nadar, así como leer (en castellano, catalán, portugués, inglés, francés, alemán, italiano y ruso) y contemplar paisajes y gentes, tanto como trabajar. Era un esposo y padre dedicado y cariñoso, un amigo leal y un ciudadano apasionado por el bien público. Todo lo hacía con pasión. Las rabietas y enemistades le duraban poco: era demasiado generoso y estaba demasiado ocupado construyendo como para cultivar agravios. Mientras cursaba el 3° año de la carrera de biología, las autoridades de la Universidad Nacional de La Plata lo expulsaron a causa de su militancia antiperonista. Se ganó la vida vendiendo repuestos para automóviles. No obstante, siguió haciendo trabajo de campo y de laboratorio, como adscrito honorario al famoso Museo Argentino de Ciencias Naturales, fundado por Florentino Ameghino, y continuó publicando regularmente. En 1956 aparece su primer artículo en una revista internacional, Mammalia.

A partir de entonces, ya caído Perón, Osvaldo asciende meteóricamente en la comunidad biológica internacional. Pero recién en 1958 obtiene su primer cargo con dedicación exclusiva, en el Instituto Miguel Lillo de la Universidad Nacional de Tucumán. Dos años después es designado profesor en la Universidad de Buenos Aires, pese a carecer de doctorado. (Sólo conozco otros dos casos de este tipo.) En una época de especialización excesiva, la variedad de los temas de investigación que abordó Osvaldo en el curso de casi medio siglo asombra, admira y gratifica. Hizo paleontología, citogenética, genética de poblaciones, herpetología, sistemática, biofilosofía y mucho más. Estudió batracios, reptiles, roedores, marsupiales, murciélagos y muchos otros grupos, tanto vivos como fósiles, y siempre con la intención deponer en descubierto sus relaciones de parentesco. Descubrió el primer fósil sudamericano de reptil volador, y encontró que el número de cromosomas de especies muy emparentadas de roedores puede variar tanto como de 16 a 54. Lejos de ser un coleccionista de datos, Osvaldo trabajó a la luz de la teoría sintética de la evolución y de una filosofía naturalista. Éstas le permitían ubicar a todo bicho en un proceso histórico y lo impulsaban a buscar nexos ocultos a simple vista. También le sugerían buscar los mecanismos genéticos y ambientales de la evolución, así como reconocer la emergencia de nuevas propiedades y pautas. Osvaldo trabajó intensa y felizmente, así como con enorme éxito, en la Universidad de Buenos Aires desde 1960 hasta el golpe militar de 1966 1966. Este acontecimiento lo sorprendió en Harvard, donde trabajó en el famoso Museum of Comparative Zoology. Allí me presentó a dos grandes: George Gaylord Simpson, eminente paleontólogo enamorado de la Patagonia,  y Ernst Mayr, uno de los arquitectos de la teoría sintética de la evolución y gran aficionado a la biofilosofía. Incapaz de hacerse cómplice de la dictadura militar, Osvaldo renunció a su cátedra porteña y pasó a la Universidad Central de Venezuela. Aquí organizó inmediatamente un equipo de investigaciones en biología tropical. La universidad no quiso retenerlo, con el pretexto que carecía de doctorado. Ya se sabe que los diplomas valen más que los descubrimientos y la obra de formación de investigadores jóvenes. También se sabe que un investigador auténtico y carismático se rodea de jóvenes capaces y ambiciosos, y hace sombra a quienes profesan o politiquean sin investigar. Osvaldo no tuvo dificultad en ser invitado a la Universidad de Londres, donde al cabo de pocos meses lo nombraron doctor en ciencias. Para entonces había subido en Chile el gobierno socialista de Salvador Allende. Osvaldo ofreció inmediatamente sus servicios y fue contratado  por la Universidad Austral de Chile, en Valdivia. Una vez más se puso a organizar un laboratorio. Cuando ocurrió el golpe militar del general Pinochet, Osvaldo fue arrestado y preso en la siniestra DIN. Le salvó la vida una intervención de la Organización de los Estados Americanos.
De Chile Osvaldo regresó a Buenos Aires. Al poco tiempo, al endurecerse el régimen peronista, tuvo que volver a emigrar. Esta vez fue a la Universidad de Los Andes, en Mérida, Venezuela. Poco después pasó a la Universidad Simón Bolívar, institución de corte moderno fundada por el filósofo Mayz Vallenilla, donde Osvaldo fue feliz y productivo durante ocho años. En cuanto se restableció el régimen constitucional en su patria, Osvaldo no dudó en regresar a ella. Reincorporado a la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de Buenos Aires en 1984, Osvaldo investigó, organizó y enseñó en ella durante los últimos ocho años de su vida. Durante ese periodo fue incorporado a la Academia de Ciencias de los EE. UU. Ya antes había sido electo miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de la URSS. Pero esta actividad no lo colma, tanto más por cuanto la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de Buenos Aires no lo provee de recursos para la investigación. Osvaldo pasa un año en la Universidad Autónoma de Barcelona, y medio en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid. En ambas instituciones obtiene el apoyo pecuniario y administrativo que le negaran las autoridades de su propia facultad. Debido a sus sucesivos traslados y migraciones, Osvaldo se caracterizó a sí mismo como biólogo itinerante. El nomadismo es interesante para un teórico y, aún más, para un historiador. Pero es muy frustrante para un investigador de laboratorio o de campo. Cada vez que cambia de lugar, sobre todo en un continente donde casi todo queda por hacer, el investigador debe insertarse en una nueva red, formar un nuevo equipo de colaboradores, montar un laboratorio, y lidiar para conseguir recursos, sobre todo cuando éstos son escasos. Una persona con menos optimismo y energía que Osvaldo se habría descorazonado. En su caso, todo desafío tenía respuesta. Por este motivo nunca se sintió desarraigado. Naturalmente, Osvaldo y su familia pagaron un alto precio por el estrés constante: tiempo perdido, enfermedades, trabajos inconclusos, bibliotecas dispersas, ahorros evaporados, etc.  Pero sus discípulos y colaboradores ganaron enormemente. Basta leer los nombres de los colaboradores de muchos de sus trabajos: argentinos, venezolanos, chilenos, norteamericanos, españoles, etc. Osvaldo fue un sembrador en tierras difíciles, sujetas a sequías pecuniarias y a tormentas políticas. A diferencia de la mayoría de sus colegas, pero al igual que George Louis Buffon, Charles Darwin, Thomas y Julian Huxley, Santiago Ramóny Cajal, Ernst Mayr, Theodosius Dobzhansky, Francisco José Ayala, Peter Medawar, Jacques Monod, y algún otro, Osvaldo Reig siempre se interesó profundamente por los problemas filosóficos de la biología. Participó activamente en numerosas reuniones nacionales e internacionales de filosofía de la ciencia

Yo tuve la gran fortuna de conocer a Osvaldo hace tres décadas, cuando, en compañía de su mujer, Estela Santilli,  asistió a mi curso de filosofía de la ciencia en la Universidad de Buenos Aires. Recuerdo nítidamente la primera vez que lo vi. Estaba de pie, al fondo del aula, con su gran cara redonda y sonriente, escuchando atentamente, para luego hacerme cortesmente alguna pregunta interesante y difícil, pero nunca capciosa. Preguntaba para saber, no para hacerse notar ni para molestar. Pronto nos hicimos amigos. Yo iba a visitarlo a su maloliente laboratorio o a su minúsculo apartamento. Estudiábamos y discutíamos libros y artículos sobre metodología y filosofía de la biología. El año siguiente me invitó a impartir un seminario para sus estudiantes graduados, los cuales se destacaron más tarde en la investigación. Un año más tarde me expatrié, y desde entonces nos vimos esporádicamente en Boston, Montreal, Caracas o Buenos Aires. Pero nunca perdimos contacto epistolar y telefónico. Osvaldo me enseñó muchísimo en el curso de una conversación intermitente, mayormente  epistolar, que duró tres décadas. Toda vez que me he topado con un problema biológico o biofilosófico, mi primer impulso ha sido consultar a Osvaldo. Éste siempre encontró tiempo para corregir pacientemente mis burradas y para discutir nuestras desavenencias filosóficas, que por cierto fueron solo una o dos. Sus cartas, provenientes de la Argentina, Venezuela, Chile, los EUA o España, estaban repletas de ideas sobre biología, biofilosofía o política científica. Osvaldo Reig (1929-1992) fue un escéptico constructivo, optimista impenitente, entusiasta del enfoque científico, enamorado de la naturaleza, pensador profundo, observador agudo, experimentador ingenioso, hombre honesto a carta cabal, hombre generoso y afectuoso. Por añadidura fue un ciudadano del mundo con fuertes convicciones democráticas, capaz de sacrificarse por ellas y, lo que es aún más valioso, de trabajar incansablemente por ella.
La amplia producción científica del Dr. Osvaldo Reig puede ser consultada en el siguiente artículo:
Contreras, J. R. y A  Giacchino. 2003. Biobibliografía del científico argentino Osvaldo Reig ( 1929-19929) . En Arandú (Historia de la ciencia y del pensamiento americano).


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